El culto a la Virgen del Rosario fue promovido por la orden de los predicadores dominicos, quienes dedicaban en cada uno de sus conventos una capilla a su devoción. En México no fue la excepción cuando los primeros religiosos de la orden llegaron en 1526, pero no fue hasta el año de 1531 cuando iniciaron la construcción de su primer templo importante en Puebla, que también está dedicado al arcángel San Miguel sin embargo la capilla del Rosario fue concebida hasta 1650 y consagrada en 1690.
No obstante, fue la primera en México dedicada a la Virgen del Rosario. Su construcción cumplía con un doble propósito: rendir culto a la Virgen y enseñar a los fieles el rezo del Santo Rosario. Fue concebida por el dominico fray Juan de Cuenca, quien en el año de 1650 inició su construcción, pero dada la magnitud de la obra, hasta 1690 no fue terminada por otros dos dominicos fray Agustín Hernández y fray Diego de Gorozpe, quienes la dedicaron al insigne obispo de la Puebla del Consejo de su Majestad Manuel Fernández de Santa Cruz, y celebrando su consagración el 16 de abril de 1690, para que coincidiera con la fecha en que se fundó la Ciudad de Puebla de los Ángeles. La celebración duró 8 días (La Octava), pronunciándose en cada uno de ellos un sermón, procesiones, misas y eventos convirtiéndola en un gran escenario de júbilo.
El decidido impulso a la enseñanza del Santo Rosario y a la predilecta devoción a la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, que se les dio en el siglo XVII, explica la complejidad de la gran obra, que tan pronto como fue terminada y calificada como la octava maravilla del mundo.
De mayo de 1967 al mismo mes de 1971, un equipo de restauradores auspiciados por la fundación Mary Street Jenkins realizó un trabajo de restauración de toda la Capilla.
La Capilla del Rosario es una maravilla arquitectónica que fue construida en el siglo XVII, específicamente entre los años 1650 y 1690. Está anexada al Templo de Santo Domingo. Es un lugar que representa el esplendor del barroco mexicano.
Este tipo de construcciones es reflejo del alcance económico de la iglesia en aquellos años y de la ambición y suntuosidad con que sus templos fueron planeados y erguidos.
La planta está dispuesta en forma de cruz latina, con brazos y testero cortos. La nave está dividida en tres tramos y su bóveda es de cañón con lunetos de la misma forma que los brazos del crucero, posee una cúpula angosta con tambor y sobre este unas ventanas y en la media naranja otras, cuyo propósito es dar iluminación al suntuoso ciprés justo abajo.
Los muros laterales de la nave están revestidos simetricamente por grandes lienzos de la mano del pintor José Rodríguez Carnero (1649-1725), con temas alusivos a los Gozos de la Virgen, las pinturas son de estilo claroscurista que contrastan con las luminosas y claras que adornan el crucero, del mismo autor.
La parte baja de las pinturas está adornado con un lambrín de azulejos en talavera poblana. En el crucero se hallan otras pinturas con temas relacionados también con la vida de la Virgen, al igual que otra de gran tamaño que corona el ábside de la capilla y que está dedicada a la Glorificación y Triunfo del Rosario. Los relieves que revisten los muros, pilastras y bóvedas tienen motivos no solo del orden vegetal, animal o angelical sino también de orden simbólico-religioso.
La Capilla está decorada con estuco sobredorado, preparado con una base de harina con clara de huevo y agua y recubierta con láminas de oro de 24 quilates, como muchas decoraciones barrocas de la capital poblana.
En el altar se erige el trono de la Virgen, con un baldaquino labrado por el maestro español Lucas Pinto.
Las ventanas del nivel superior dejan entrar la luz natural, amplificando el ya hipnotizante efecto de los miles de relieves dorados.
En la cúpula está representada la Gracia Divina y los dones del Espíritu Santo: entendimiento, fortaleza, piedad, temor de Dios, ciencia, consejo y sabiduría.
Durante su primera visita, el papa Juan Pablo II tuvo la oportunidad de conocer este rincón que calificó como “Relicario de América”.