El conflicto armado que se dio entre 1910-1917 se inició como una lucha en contra de la perpetuación en el poder del general Porfirio Díaz, pero derivó en una guerra civil entre facciones que luchaban por la «auténtica revolución».
Diferentes grupos que tenían como bandera derechos políticos y sociales se unieron por ese objetivo, pero luego llevaron a cabo una guerra de guerrillas a lo largo de una de las épocas más convulsas para México, que dejó más de un millón de muertos.
Pese a ser una cruenta lucha por el poder, también tuvo frutos positivos.
La Constitución de 1917 fue uno de ellos, pues fue pionera en el reconocimiento de los derechos sociales y laborales emanados del liberalismo francés a nivel mundial.
En aquella época la mayoría de los mexicanos vivía en condiciones muy precarias.
Las actividades como la agricultura, la ganadería o la minería, se basaban todavía en sistemas feudales, mientras que en las ciudades los obreros eran explotados sin que tuvieran derechos laborales básicos.
El objetivo común: Porfirio Díaz
Luego de que el presidente Porfirio Díaz resultara electo para un nuevo período presidencial (1910-1914), el excandidato y líder liberal Francisco I. Madero lanzó el Plan de San Luis fechado el 5 de octubre de 1910 para derrocarlo.
Su lema principal fue «Sufragio efectivo, no reelección», y reivindicaba derechos laborales y la repartición de tierras que buscaban grupos sociales contrarios a Díaz.
En su plan de acción estaba una convocatoria a la lucha armada: «El 20 de noviembre, desde las 6 de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente nos gobiernan».
Algunos grupos, como el de los hermanos Aquiles, Máximo y Carmen Serdán, al ser descubiertos en posesión de armas se alzaron antes de la fecha pactada en Puebla.
La muerte de los hermanos al enfrentarse con las fuerzas del gobierno los llevó a ser considerados los primeros «mártires» del movimiento contra Díaz, además de que motivó a otros a la insurrección.
Francisco I. Madero, ascenso y caída
La lucha armada hizo surgir a otros líderes revolucionarios que acompañaron la causa de Francisco I. Madero, entre otros Emiliano Zapata en el sur del país, así como Francisco «Pancho» Villa (su nombre real era Doroteo Arango), Álvaro Obregón y Pascual Orozco en el norte.
La presión revolucionaria tuvo éxito y Porfirio Díaz firmó su renuncia a la presidencia el 25 de mayo de 1911, dando fin a 35 años de gobierno y abriendo paso a nuevas elecciones.
Francisco I. Madero ganó la votación y asumió la presidencia de México el 6 de noviembre de 1911 en la que es considerada «la primera elección democrática en 30 años».
Aunque el movimiento logró la remoción de Díaz, el nuevo gobierno no dio pronta respuesta a las demandas revolucionarias populares.
Pronto comenzaron las luchas entre los que fueran aliados al comienzo del levantamiento armado, pues cada bando se asumía como auténtico defensor de los ideales revolucionarios.
Zapata lanzó el Plan de Ayala bajo la bandera de la lucha agraria, mientras que Orozco publicó el Plan de la Empacadora sobre demandas sociales. Ambos desconocieron la presidencia de Madero.
El gobierno maderista logró defenderse durante dos años frente a los insurgentes zapatistas, orozquistas, y otros grupos más pequeños, con apoyo de las tropas de Villa.
Las mujeres, en todos los bandos, tuvieron un papel de fuerza de apoyo a los revolucionarios e incluso tuvieron participación armada. Eran conocidas como «Las Adelitas».
Pero en febrero de 1913 se da la «decena trágica»: 10 días de enfrentamientos en un golpe militar que llevó a la renuncia de Madero el 19 de febrero y su asesinato tres días después.
Victoriano Huerta, conspirador del golpe con el grupo llamado «los contrarrevolucionarios», asumió la presidencia ese mismo día.
El Pacto de la Embajada conocido así porque se firmó en la sede de Estados Unidos en México tuvo éxito, aunque originalmente no tenía a Huerta como el elegido para la presidencia.
La Constitución de 1917
La balanza finalmente se inclina hacia las fuerzas de Carranza, quien desde septiembre de 1916 convocó un Congreso Constituyente para redactar una nueva Carta Magna del país.
Los constituyentes, electos por votación popular a finales de ese año, trabajaron en un plan de reunificación de las causas revolucionarias hasta comienzos de 1917.
Luego de ser votada el 31 de enero, la nueva Constitución es promulgada el 5 de febrero de 1917, marcando lo que se considera el fin de la Revolución Mexicana.
Pero la lucha violenta por el poder no terminó ahí, pues la fricción entre bandos desembocó en el asesinato de los líderes revolucionarios: Zapata (1919), Carranza (1920), Villa (1923) y Obregón (1928), entre otros.
Sin embargo, las bases del Estado moderno mexicano se establecen con la nueva Carta Magna.
El documento consagra causas revolucionarias como el derecho agrario, los derechos laborales, la educación y la salud garantizadas por el Estado, la libertad de prensa y los derechos políticos vigentes más de un siglo después.